Por Deutsche Welle |8 de julio de 2025, 16:15 PM

Las ofensas y descalificaciones de los líderes políticos en América Latina se han vuelto noticia. Algunos son conocidos por sus arranques, como el presidente argentino Javier Milei, quien se refiere a sus opositores con insultos como "mandril” y "repugnante”.

A su vez, el mandatario es calificado por su homólogo venezolano, Nicolás Maduro, como "malparido” y "basura”, entre otros epítetos.

Más allá de los insultos, la comunicación política se mueve hoy en arenas muy distintas a la tradicional oratoria de los líderes que buscaban convencer con argumentos. Hay un nuevo tono, nuevos estilos y nuevos medios para llevar el mensaje.

"Los políticos usan el lenguaje como una herramienta de poder, de dominio, para difundir su manera de ver el mundo, con una capacidad de manipular, tergiversar y descontextualizar los conceptos de acuerdo a las conveniencias”, dice a DW el lingüista chileno Juan Pablo Reyes, académico de la Universidad de Playa Ancha (UPLA), en Valparaíso.

La importancia de lo visual

La antigua verbalidad política dio paso al mensaje audiovisual, agrega Reyes: "Estos líderes se transforman en rock stars o políticos para espectadores, más que para votantes o electores. El político pasó a ser el medio y el mensaje mismo, que se guía por la emotividad y las leyes de la publicidad y el marketing”.

En esa línea, el análisis de los mensajes en redes sociales da pistas interesantes. Lo central ya no son los discursos, sino publicaciones pensadas visualmente, a través de reels, videos, memes y emojis, indica a DW el investigador argentino Gonzalo Sarasqueta, director del Laboratorio Digital de Narrativas Políticas de la Universidad Camilo José Cela, en España.

Esta es una de las tendencias observadas en un estudio de este laboratorio, que analizó los posteos en X (antiguo Twitter), Facebook, Instagram y TikTok, de los dos principales candidatos presidenciales en siete países.

"Narrarquía" y egocentrismo

Se trata de fenómenos trasversales en el espectro político. El estudio también revela lo que Sarasqueta denomina "narrarquía”. La gran mayoría de los contenidos son historias, en vez de programas. "Más que apuntar al pensamiento abstracto y a la reflexión de las personas, el fin de estas narrativas es buscar la reacción, las emociones”, señala Sarasqueta.

Asimismo, identifica una política egocéntrica y personalista. En el contexto de crisis de los partidos, ya no se vota a una colectividad política o a un programa electoral, sino que a un candidato, que es el centro de gravedad, no solo en períodos electorales. La campaña se ha vuelto permanente, tanto para el gobernante como para el opositor: "Constantemente se busca polarizar, captar la atención”.

El habla de los políticos influye en la forma en que el ciudadano entiende la realidad, sostiene Reyes. "Tienen todos los recursos mediáticos y soportes para insistentemente reiterar una visión de mundo. Crean realidad a través del lenguaje, del manejo emotivo y los estados anímicos de sus adherentes incondicionales, como el público de un espectáculo, sin poder crítico ni analítico. Como la publicidad, en muchos casos no tiene que ver con lo que es el producto. Todo es apariencia”, plantea.

La lógica del enemigo

"La comunicación política hoy está muy supeditada al espectáculo. Lo que se recoge como noticia es justamente la polémica, el insulto, la crítica, y genera la percepción de que eso marca toda la campaña”, afirma Sarasqueta. Sin embargo, al analizar los mensajes de los candidatos, la mayoría son positivos (80 por ciento) y solo un 7,2 por ciento negativos, según el citado estudio.

No obstante, son las polémicas y los ataques los que circulan reiteradamente. Un fragmento de segundos de una entrevista en un medio tradicional tiene su rebote digital en redes sociales, donde puede alcanzar a cientos de miles de espectadores, con muy buena llegada al público joven, y permanecer por largo tiempo. Es lo que aprovechan cada vez más los políticos y lo que hizo conocido a Milei.

Reyes advierte mayor agresividad en los mensajes: "Hay una polarización y eso es parte de las estrategias populistas de crear enemigos en vez de adversarios. Los insultos y descalificaciones son una forma de caricaturizar al otro para dejarlo anulado. El lenguaje se ha puesto bastante más violento, reflejo también de las circunstancias anímicas en que está la sociedad”.

En opinión del experto en lingüística de la UPLA, "se ha perdido el juego limpio. Si, por ejemplo, un político recibe una denuncia por un delito o acto de corrupción, la respuesta no es defenderse, sino atacar a quien lo acusó, e incluso a la justicia y las leyes”.

Al tiempo que se erosiona la democracia de los acuerdos se refuerzan los extremos. El término bélico de enemigo implica que este debe ser eliminado, simbólica o físicamente. "Cuando pasamos a este lenguaje estamos pisando arena muy peligrosa. Eso derrama a la sociedad y se traduce en comportamientos”, estima Sarasqueta. Un ejemplo es el discurso de Trump y el consiguiente asalto al Capitolio en 2021.

Reyes observa que la agresividad del lenguaje político se traspasa a los ciudadanos, como se ve en los tuits entre partidarios y opositores a Maduro. "Es pura descalificación y ofensa. No encontramos un solo argumento. Es comportamiento de tribu o de banda”.

Una realidad, dos extremos

En una región con alto consumo de contenido online, toma fuerza la virtualidad de la política. Según la plataforma DataReportal, los usuarios de Brasil, Argentina, Colombia, Chile y México pasan entre siete y nueve horas diarias conectados, por sobre el promedio mundial de 6:40 horas al día. "Es más que la jornada laboral y que las horas de descanso. Todo ese tiempo se está consumiendo información y formando una opinión a partir de lo que sucede ahí”, advierte Sarasqueta.

La plataforma con mayor negatividad es X, indica el profesor investigador de la Universidad Camilo José Cela. Son usuarios "hiperpolitizados, de mentalidad de rebaño, que valoran todo lo que dice su compañero de tribu, y todo lo que dice el que está en contra, está mal”.

Dos bloques

Aquí se evidencia el sesgo partidista. La persona toma la parte de la realidad que encaja con sus propias tendencias y, a su vez, los algoritmos refuerzan esa postura, entregando el contenido que aprueba. Así, ante una misma realidad aparecen interpretaciones opuestas. Por ejemplo, para unos la condena a la expresidenta argentina Cristina Fernández es un acto apegado a la ley y, para otros, una injusticia.

No solo hay diferencias de opinión frente a determinados temas, sino que se forman dos bloques identitarios que se distinguen además por barrio, religión o el uso de la bandera patria. "Si paso ocho horas por día relacionándome con gente que me dice que tengo razón, estoy atrofiando mi músculo deliberativo. La gente se vuelve cada vez más extremista y reticente a escuchar al que piensa diferente.

Esto está generando una polarización social extrema”, subraya Sarasqueta. Y los líderes actuales, estima el investigador, "simplemente reproducen esa bronca que viene de abajo, no se animan a contradecirla. Se hacen eco y además le suben el volumen”.

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